El mal, las maldiciones y el vudú. En recuerdo de Ptolemaide.

Pablo Ozcáriz Gil
Universidad Rey Juan Carlos

Aviso: este artículo podría no ser apto para menores de 18 años.

Muñeca vudú encontrada junto a la tablilla de execración hecha por Sarapamón. La pieza se conserva actualmente en el Museo del Louvre. Fuente: http://semiramis-speaks.com/wp-content/uploads/2013/01/Greco-Roman-Voodoo-Doll.jpg
En un capítulo de una serie americana recién estrenada, el protagonista le preguntaba a un cura católico si creía en la existencia del mal. Éste le respondía preguntándole a su vez si se refería al mal como concepto o al mal como entidad real. Por supuesto, se refería a lo segundo. El sacerdote le dijo que, siendo joven, había creído que el mal era algo semejante a un concepto filosófico, algo secundario en un gran drama global. Pero estando como misionero en la guerra de Ruanda presenció una escena que le cambió la vida y su visión de la realidad: un capitán de la milicia que controlaba su poblado decidió descuartizar al mejor hombre de su tribu, sólo por el hecho de serlo, y con el fin de meter el terror  en lo más profundo del corazón de los habitantes del poblado. Lo hizo para robarles hasta el último hilo de esperanza. La mirada de aquél capitán le hizo cambiar de idea y saber que el mal es una entidad real; "existe, anda entre nosotros y toma diversas formas".

Creo que no soy fácilmente impresionable y no creo en las supersticiones tontas, en astrólogos ni en echadores de cartas. Pero hace ya algún tiempo, al leer el texto de una maldición de época romana se me heló la sangre, y me hizo llegar a la misma conclusión que llegó el cura de la serie: el mal es una entidad real y no es algo con lo que se deba jugar. El concepto del mal no es algo original de un territorio ni privativo de una sola cultura, como tampoco está limitado a una época histórica. El caso que a mi tanto me impresionó y que reproduzco al final, es una maldición de lo que coloquialmente conocemos como vudú.


Pese a lo que la mayoría de la gente cree, la magia que llamamos vudú no es algo originario del Caribe, ni de los esclavos africanos que lo llevaron hasta allí. El origen del vudú es la antigua Grecia y Roma. Estas tradiciones arraigaron por todo el Mediterráneo y de allí penetraron hacia el sur de África, de donde finalmente pasarían a América. Y desde allí ha vuelto a Europa dos mil años después. Curioso viaje de ida y vuelta para una tradición que ha tenido siempre un carácter privado, oculto. Hoy en día se conservan centenares de ejemplos griegos y romanos de prácticas de magia de este tipo. Y sí, incluyen también los conocidos muñecos y alfileres. Uno de los ejemplos más famosos es el de una inscripción del siglo IV a.C. que narra el proceso de creación de la colonia de Cirene, al oeste de Egipto. Todos los jóvenes de la metrópolis que habían sido seleccionados estaban obligados a formar parte de la colonización. Con el fin de evitar cualquier deserción, la inscripción establece las siguientes medidas:

"...Pero si alguien a quien la polis ha enviado no quiere marchar, será condenado a muerte y su propiedad repartida entre todos. Al que le esconda o proteja, ya sea su padre o hermano, le pasará lo mismo. Estas son las condiciones del juramento que han hecho los que se han quedado y los que han partido, y que caiga una maldición sobre los que lo incumplan, ya sea entre los que se quedaron como entre los que partieron. Para ello se hicieron figuras de cera que fueron arrojados al fuego para que se derritan. Que les suceda lo mismo a los que rompan este juramento y a sus descendientes..."(IG IX 3).

La mayoría de las maldiciones romanas, al no ser de tipo público como la anterior, no son tan elegantes. Conservamos un buen número de las llamadas tabulae defixionis o tablillas de execración, unas tabletas con hechizos destinados a utilizar a los muertos para conseguir objetivos relacionados con el odio, la venganza, la lujuria o el control de otras personas. Sus creadores las colocaban a menudo en el interior de tumbas, incluso en el interior del propio muerto. Muchas están traspasadas por clavos o alfileres cuya función era la de infligir un mayor dolor al destinatario de la maldición.  A mi me ha tocado lidiar con alguna de ellas como fuente de estudio de la administración romana en la Hispania Citerior: en Ampurias apareció una tablilla, enterrada en una tumba, en la que se lanza una maldición sobre el gobernador Tito Aurelio Fulvo, el legado Quinto Pomponio Rufo y el procurador Mario Maturo durante el mandato de Vespasiano. Una persona muy enfadada con las autoridades provinciales se quiso vengar de esa manera.

Pero la maldición a la que me refería al comienzo no es esa sino otra aparecida en las cercanías de la ciudad de Antinoópolis, en Egipto. El horror que transmite el texto está acorde con el contexto en el que apareció. La Profesora Amor López Jimeno lo describe de la siguiente manera: "Una figurilla de cera, de 9 cm de altura, acompañaba a la lámina; se trata de una figura femenina, desnuda, con las manos atadas a la espalda y atravesada por trece alfileres: en la cabeza, en la boca, en ambos ojos y oídos, el pecho, la vagina, el ano, las palmas de las manos, y las plantas de los pies". La propia figurilla, como se puede apreciar en la imagen de arriba, ya estremece por sí sola. Quizás porque parece difícil que una pieza tan delicada y hecha con tanto esmero tenga un objetivo tan perverso. Pero es que, además sabemos a quién representa. La chica se llamaba Ptolemaide y parece que sufrió el acoso de un malvado "de libro" llamado Serapamón (cuidado con el nombrecito...), quien estaba obsesionado con ella. La tablilla y la muñeca se habían introducido en la tumba de un personaje llamado Antinoo, a quien Serapamón debió conocer o pudo identificar, ya que lo menciona por su nombre. El texto es el siguiente (obsérvese que en este contexto el nombre de los personajes viene siempre seguido de la referencia al padre o la madre, para que la identificación sea inequívoca):

"Yo os deposito esta atadura mágica, dioses subterráneos, Plutón, Core, Perséfone, Eresquigal y Adonis, también llamado Barbarita, Hermes subterráneo, Thouth Phokensepseu Eresktathou Misonktaik y al poderoso Anubis Pseriphtha, que porta las llaves de las puertas del Hades, y a los espíritus y dioses subterráneos, hombres y mujeres muertos prematuramente, jóvenes y doncellas, año a año, mes a mes, día a día, hora a hora, noche a noche. Os conjuro a todos los espíritus que habitáis en este lugar para que asistáis a este espíritu de muerto, Antinoo.
Despiértateme (sic.) y vete a todo lugar, a cada barrio, a cada casa y haz una atadura mágica a Ptolemaide, a la que parió Ayade, la hija de Horígenes, para que no pueda tener contacto sexual, ni vaginal ni analmente, ni dé placer a otro hombre, sino sólo a mi, Sarapamón, a quien parió Area. No le permitas comer, ni beber, ni hacer el amor, ni salir, ni conciliar el sueño, lejos de mi, Sarapamón, a quien parió Area.
Te conjuro a ti, espíritu del muerto, Antinoo, en el nombre del que hace temblar de miedo, al oir cuyo nombre la tierra se abre, al oir cuyo nombre los espíritus tiemblan de miedo, al oir cuyo nombre los ríos y las piedras se rompen. Yo te conjuro, espíritu de muerto, Antinoo, en el nombre de Barbaratham Cheloumbra, barouch Adonais y en el nombre de Abrasax y en el nombre de Iao Pakeptoth Pakebraoth Sabarbaphaei y en el nombre de Marmaraouth y en el nombre de Marmarachtha Mamazagar".

A este punto de la lectura, pare un momento y mire a su alrededor. Si no se le ha aparecido nada ni nadie, puede seguir leyendo...

"(continúa...) No desobedezcas, espítitu de muerto, Antinoo, más bien al contrario levántateme (sic.) y dirígete a todo lugar, a cada barrio, a cada casa, y tráeme a Ptolemaide, a la que parió Ayade, la hija de Horígenes. Mantenla apartada de la comida y la bebida, hasta que venga a mi, Sarapamón, al que parió Area; no le permitas tener experiencia con ningún otro hombre, sino sólo conmigo, Sarapamón. Arrástrala por los pelos, por las entrañas, para que no se separe de mí, Sarapamón, al que parió Area, y yo la posea, a Ptolemaide, a la que parió Ayade, la hija de Horígenes, sometida a mi para todo el tiempo de mi vida, amándome, enamorada de mi, y revelándome lo que tiene en mente.
Si haces esto para mi, te liberaré" SDG 152. Traducción de A. López Jimeno, Textos griegos de maleficio. Madrid 2001 pp. 240-242.

Pobre Ptolemaide. Las últimas frases demuestran que la historia de su relación con Sarapamón se basaba en el deseo de maltrato, obsesión, posesión y control. Un caso claro de lo que hoy conocemos como violencia de género y que tan a menudo abre los telediarios. Cuando lo leí, me sirvió para entender mejor dos fenómenos que están de plena actualidad. Por un lado, el pánico profundo que muchas personas tienen a sus parejas, que llevadas por un falso amor prefieren la muerte del otro antes que poder verlas (o imaginarlas) con otra persona. ¿Pero cómo narices se puede llegar a esos extremos por otra persona a la que -supuestamente- se ama? Por otro lado, me acordé de las mujeres africanas que son engañadas y traídas a Europa para prostituirse, y que son amenazadas con el vudú para evitar su fuga. Igual que ocurría con los colonos de Cirene. Antes me parecía algo ridículo, una superstición absurda. Ahora no. Este texto demuestra que cuando alguien se encuentra con ese grado de maldad muy de cerca, y ha visto las barbaridades que produce, resulta terrorífico, independientemente del grado de cultura que uno tenga.

No sabemos si finalmente Sarapamón pudo esclavizar a Ptolemaide, pero lo que sí sabemos es que fueron muchísimas las Ptolemaides que pasaron por esa experiencia, desde la Antigüedad hasta la actualidad. Esta maldición no es la única de su estilo, ya que sigue el modelo de otras que contienen incluso menciones sexuales más explícitas y desagradables. El texto destila un grado de intensidad de odio, perversión y maldad que a mi me hace pensar, como al cura de la serie, que el mal no es sólo un concepto etéreo, sino una entidad que existe realmente y anda entre nosotros. En todas las épocas. Menos mal que si el mal existe, entonces también existe el bien. Y aunque tenga peor márketing, a la larga es siempre mucho más eficaz.

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