Desmontando a Herodes (y II)
En esta segunda parte del artículo sobre Herodes se relatan ejemplos de su capacidad maquiavélica para la política y su falta de escrúpulos y de respeto por la vida de sus súbditos. También se explica su muerte, que debió tener todas las características de una cruel maldición divina.
Un político inteligente y sin escrúpulos
Además de un experto militar, era
un “monstruo” de la política y las conjuras. Pocos personajes podrían presumir
de haberse llevado bien con tantos políticos incompatibles entre sí: Julio
César le nombró gobernador de Galilea, Casio (el asesino de César) le nombró
prefecto de toda Siria y “le prometió que después de la guerra le haría rey de
Judea”. Marco Antonio (enemigo de Casio) le nombró primero tetrarca y
posteriormente rey. Y Augusto, enemigo de Marco Antonio, le confirmó en el
trono, aumentó sus posesiones territoriales y fue amigo íntimo de Herodes y su
familia hasta su muerte. Entre sus méritos políticos se encuentra uno que no
consiguieron ni César ni Marco Antonio; resistirse a los encantos de Cleopatra.
Según Josefo, cuando Herodes llegó a Alejandría “fue recibido con gran
esplendor por Cleopatra, que esperaba tenerle como general de la expedición que
estaba preparando. Sin embargo, Herodes rechazó las peticiones de la reina y
zarpó rumbo a Roma”. Este rechazo pudo hacer que Cleopatra se sintiese
despechada, ya que posteriormente ella se servirá de Marco Antonio para
intentar quitarle territorios. Fue precisamente este enfrentamiento y el
resentimiento de Cleopatra el que luego usó Herodes para conseguir la amistad
de Augusto. En definitiva, Herodes fue una auténtica “anguila” política.
Su vida, según sus enemigos
Para hacernos una idea moral, sin
rastro de herencia cristiana de lo que supuso el gobierno de Herodes, nada
mejor que lo que decían sus enemigos sobre él al poco de su muerte. Sucedió en
el juicio que se celebró en Roma contra su hijo y sucesor, Arquelao, por sus desmanes:
argumentaban “que no habían tenido que sufrir a un rey (Herodes), sino al más
cruel de los tiranos que haya existido nunca. Y aunque son numerosos los que
han sido ejecutados por él, sin embargo los que han sobrevivido han padecido
tales sufrimientos que consideran felices a los que han muerto. Pues no sólo
torturó a sus subordinados, sino también a sus ciudades: acabó con sus propias
poblaciones, embelleció las de los extranjeros y entregó la sangre de Judea a
los pueblos de fuera. En lugar de la antigua felicidad y de las leyes de los
antepasados, llenó al pueblo de pobreza y de una injusticia extrema. En
resumen, en pocos años los judíos soportaron con Herodes más infortunios que
los que habían padecido sus antepasados desde que, en tiempos del reinado de
Jerjes, abandonaron Babilonia y regresaron a su patria. Llegaron a tal extremo
de resignación y estaban tan acostumbrados al sufrimiento que toleraron
voluntariamente esta dura esclavitud (…)” (B.I.
2, 84-87). Esta descripción del reinado de Herodes, (cuyas injusticias
habría continuado su hijo Arquelao) no debía ser demasiado lejana de la
realidad, ya que Augusto acabó dando la razón a este grupo acusador y quitando
a Arquelao la mitad de su reino.
Su capacidad de crueldad en un ejemplo
Esta personalidad tan “maligna”
no sería demasiado distinta de otras que a lo largo de la Historia utilizaron
la violencia para conseguir sus objetivos. Como diría un conocido personaje del
cine, “no es algo personal, son sólo negocios”. Pero el episodio de los
inocentes no serían simples negocios, como sí lo habría sido cualquier intriga
palaciega de las que se tuvo que ocupar. En el episodio de los inocentes
entrarían dos aspectos distintos y muy importantes: la “superstición” de que
había nacido un salvador, y el aspecto absolutamente sádico de asesinar a niños
inocentes con un objetivo político.
Y es que esos dos elementos
existían realmente en la vida del Herodes histórico. Sólo hay que compararlos con episodios como el siguiente, ocurrido en los últimos días de su vida: “Herodes
regresó a Jericó en tan mal estado que se atrevió a enfrentarse a la propia
muerte y a planear una acción impía. Reunió a los personajes más destacados de
cada una de las aldeas de toda Judea y ordenó encerrarlos en el llamado
“hipódromo”. Llamó a su hermana Salomé y a su marido Alexas y les dijo: “Sé que
los judíos van a celebrar con una fiesta mi muerte; sin embargo, podré ser
llorado por otros motivos y podré tener un brillante funeral, si vosotros
queréis atender mis recomendaciones. En cuanto yo muera, enviad a los soldados
contra estos hombres que están aquí guardados y matadlos, para que así toda
Judea y todas las familias lloren a la fuerza por mí” (BI. 1, 659-660). Sin comentarios. En cuanto Herodes murió, antes de
que la noticia llegase al ejército, Salomé y su marido acudieron al lugar para
engañar a los soldados y evitar que cumpliesen las órdenes recibidas.
La muerte de Herodes, a la altura del personaje
Mediante el uso de la fuerza, de
la política y de una inteligente puesta en marcha de medidas económicas, sociales
y culturales supo mantener su poder y acabar sus días en su lecho de muerte. Esto
no era un privilegio que compartiese con muchos líderes de la Antigüedad, donde
generalmente se aplicaba la máxima de que “quien a hierro mata, a hierro
muere”. Pero eso no quiere decir que su muerte fuese tranquila. Tuvo, por
cierto, todas las características de un castigo divino en toda regla. Josefo lo
narra de esta manera: “A partir de entonces la enfermedad se adueñó de todo su
cuerpo con múltiples dolores. La fiebre no era alta, pero tenía un picor
insoportable por toda la piel, dolores continuos en el intestino, una
inflamación en los pies como la de un hidrópico, el vientre hinchado y una
gangrena en su pene que producía gusanos. Además sufría asma, tenía
dificultades para respirar y espasmos en todos los miembros de su cuerpo” (BJ. 1, 656).
Como ya he explicado al inicio,
no es mi intención defender la existencia o no del episodio de la matanza de
los inocentes, porque con las fuentes actuales es imposible hacerlo. Pero creo
que ha quedado claro que a veces el deseo por desmitificar algunos episodios
lleva a algunos historiadores y periodistas a forzar las fuentes más allá de lo
que dicta el sentido común. ¿Que el episodio de los inocentes narrado por San
Mateo no se puede confirmar con ninguna otra fuente histórica? De acuerdo. Pero
para eso no es necesario que Herodes pase de ser el mayor infanticida de la historia a un honrado y cabal gobernante.
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